¡Buenos días!
El Cafecito de hoy.
En su cama, el niño
horriblemente quemado y semi inconsciente, oía al médico que hablaba con su
madre. Le decía que seguramente habría sido mucho mejor que muriera, ya que
estaba condenado a ser inválido toda la vida, sin la posibilidad de usar sus
piernas. Había sobrevivido a un incendio en su escuela y sus extremidades se
habían quemado demasiado.
Desgraciadamente, de la cintura
para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.
Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación de
vida.
Un día en lugar de quedarse
sentado, se tiró de la silla de ruedas. Se impulsó sobre el césped arrastrando
las piernas. Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su
casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a
avanzar por el cerco, decidido a caminar.
Empezó a hacer lo mismo todos
los días y gracias a las oraciones fervientes de su madre y sus masajes
diarios, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la
capacidad,
Primero de pararse, luego
caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr. Empezó a ir
caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más
adelante, en la universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista.
Y aun después, en el Madison
Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de sobrevivir, que nunca
caminaría, que nunca tendría la posibilidad de correr, este joven determinado,
Glenn Cunningham, llegó a ser el atleta estadounidense que ¡corrió el kilómetro
más veloz el mundo!
Nada es imposible a aquel que
cree y lucha por lograr lo que se ha propuesto. Hoy no es tiempo de rendirse,
es el tiempo de respirar, tomar impulso y volver a empezar.
¡Que tengas un día bendecido!
Nestor Ortega
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